GAYO SUETONIO TRANQUILO. Tras el descubrimiento de una placa conmemorativa en pleno siglo XX, se ha sabido que nació en Hiponia, actual Annaba, Argelia, hacia el año 70 a.J. y que murió después del año 126. Pertenecía a una familia castrense acomodada, pues su padre, Suetonius Laetus, procedía...
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GAYO SUETONIO TRANQUILO. Tras el descubrimiento de una placa conmemorativa en pleno siglo XX, se ha sabido que nació en Hiponia, actual Annaba, Argelia, hacia el año 70 a.J. y que murió después del año 126. Pertenecía a una familia castrense acomodada, pues su padre, Suetonius Laetus, procedía del orden ecuestre. Sin embargo, Gayo Suetonio no se inclinó por la carrera militar, sino que, en tiempos del emperador Domiciano, se trasladó a Roma donde estudió literatura, gramática y retórica, ejerciendo después en ella como profesor y abogado. Su amigo y protector, Plinio el Joven, lo recomendó a Trajano, gracias a lo cual ingresó en la burocracia imperial, desempeñando los cargos de superintendente de las bibliotecas públicas y responsable de los archivos. Sirvió a Plinio durante la estancia de éste como gobernador de Ponto y Bitinia entre 110 y 112 d. C. Con Adriano desempeñó igualmente el cargo de secretario ab epistulis (encargado de la correspondencia oficial). Hasta que cayó en desgracia, se dice que “por haberse tomado demasiadas familiaridades con la emperatriz”. A partir de ese momento se retiró de la vida pública consagrándose a la labor literaria. Su obra capital fue las “Vidas de los doce césares”, una serie de biografías de los emperadores que alcanza desde Julio César hasta Domiciano y en la que se otorga claro predominio a la anécdota, a veces escabrosa, de la vida privada de los hombres más poderosos de su tiempo, así como relativas al ejercicio del gobierno. Conocía la fisonomía de cada uno de ellos, su particular modo de vestir, sus privados delirios, a qué hora se sentaba a la mesa, cuántos platos le servían, qué muebles decoraban sus aposentos, las agudezas que profería, las obscenidades a las que se entregaba, contándolo todo sin recato, sin escrúpulos, sin elevación y sin demasiadas reflexiones, como un frío y lacónico archivero de las vidas de los césares, dejando por completo de lado la psicología y la moral, esta última tanto en su sentido lato como la que concierne a sus retratados.
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