LA ILÍADA. Se trata de un poema épico, el más antiguo de la literatura occidental, compuesto en hexámetros dactílicos, 15.693 concretamente, y dividido en 24 cantos. Tradicionalmente se le atribuye a Homero, de quien en realidad se sabe poco, apareciendo hoy en día más como un personaje de leyenda que como un autor atestiguado. De él se han hecho numerosas suposiciones: que era un rapsoda ciego, que vivía de la hospitalidad de los nobles, a cambio de emparentarles a su gusto con dioses y héroes en sus poderosas composiciones, las cuales tal vez no escribía, pues lo más probable es que fuera analfabeto, como por cierto quienes sufragaban sus trabajos, sino que componía oralmente y luego memorizaba, procedimiento canónico y habitual en la épica de todos los tiempos, incluida la que se sigue componiendo hoy en día por ejemplo entre los pueblos de los Balcanes, que, con su genio, ofreció al pueblo griego la pura imagen que éste deseaba de sí. El poema narra la atrabiliaria e incontenible cólera de Aquiles, hijo del rey Peleo y la nereida Tetis, la cual se extingue cuando se reconcilia con Príamo, padre de su enemigo Héctor, en el transcurso de los funerales de éste. En él, los dioses no son más que hombres desaforados, descomunales, su agilidad, su gigantesca estatura, la potencia de su voz, su porte noble, los distinguen de los mortales, su misma inmortalidad no es sino una vida que se sale del alcance y la memoria de los hombres, mostrándose incapaces de comunicarla a éstos, pues la muerte es decretada por el Destino, poder superior al suyo y contra el cual luchan sin cesar. Su existencia es la de los jefes griegos. El Olimpo se parece a una de las cortes de los príncipes de entonces. Pasan, como éstos, el día entre cantos, juegos, ejercicios gimnásticos, banquetes y consejos, pero su vida, contrariamente a la de los hombres, es dulce y tranquila, la cual era como el aceite que impedía la extinción de la lámpara de la vida. Los caudillos griegos, por su parte, son carnívoros, demostrando cierta predilección por los lechones; suboficiales y soldados son vegetarianos, alimentándose esencialmente de trigo tostado y, cuando pueden o lo encuentran, de pescado. Aquéllos beben vino, los segundos agua. Ni unos ni otros conocen los cubiertos, comen con las manos o, a lo sumo, utilizan el cuchillo. Ninguno es propietario de sus tierras, pues éstas pertenecen a la familia, en cuyo seno se vende, se compra y se distribuyen honores y ganancias, asignando a cada cual su tarea. Hasta el rey siega, cepilla, cose y clava tachuelas.