Las mujeres solemos escribir triste. En parte tuvo razón José Joaquín Blanco cuando dijo que Rosario Castellanos era en su poesía una plañidera. Nos entume la nostalgia, nos engarrota el recuerdo, nos vence la cotidianidad que todo lo cubre con la grisura de su polvo. Jamás podría afirmarse que...
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Las mujeres solemos escribir triste. En parte tuvo razón José Joaquín Blanco cuando dijo que Rosario Castellanos era en su poesía una plañidera. Nos entume la nostalgia, nos engarrota el recuerdo, nos vence la cotidianidad que todo lo cubre con la grisura de su polvo. Jamás podría afirmarse que una de las características de la literatura de Angelina Muñiz, Elena Garro, Inés Arredondo, Julieta Campos es la alegría.Pero un libro como Como agua para chocolate, Novela de entregas mensuales con recetas, amores y remedios caseros nunca lo había visto en el valle de lágrimas de la literatura mexicana, porque también los hombres son unos chilletas y, salvo Jorge Ibargüengoitia, todos se toman terriblemente en serio y sudan solemnidad a gotas.Empecé a leerla de mal talante, el grueso manuscrito de más de doscientas páginas pesándome sobre las rodillas; a partir de la página quince el tiempo se me fue volando y al terminarlo bendecía yo a Laura Esquivel, la cubría de besos, tenía ganas de conocerla, casarme con ella, llorar de felicidad sobre las cebollas finamente picadas, gozar del olor que despiden sus guisos, conocer a fondo todas sus recetas de vida, moler especias, pelar ajos y limpiar chiles. Elena Poniatowska
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