Un hombre despierta y recuerda que ha soñado que era una mariposa ¿Pero es el hombre el que ha soñado que era una mariposa o la mariposa la que está soñando en este instante que es un hombre? ¿Cuál es la realidad, la que es o la que queremos que sea? Cada uno de nosotros se cree dueño de la respuesta a esta pregunta, pero no podemos estar seguros de que lo que creemos cierto lo sea efectivamente. Un escritor se refugia en un caserón abandonado cuyas viejas vigas crujen cada noche. Un gato de ojos verdes, un baño gótico entre velas y libros, el cadáver oculto de una mujer y sobre todo un personaje femenino que se presenta de improviso, cambiarán su ansia de serenidad y literatura para internarlo en una experiencia espiritual cercana a lo sagrado. Lo situarán en otro mundo, en otro plano. Su predilección por la belleza se tornará desprecio hacia la realidad y los muros del caserón se convertirán en su baluarte contra lo gris, lo feo y lo vulgar. Creerá haber sellado un trato con aquella casa que le proporciona sentimientos sublimes. No sólo no le amedrenta el rumor de que allí se aloja un fantasma, sino que desea encontrarse con él. Busca esas experiencias conmovedoras para que desplacen un recuerdo triste y monótono que lo obsesiona. El recuerdo marcado a fuego de un amor perdido que quisiera olvidar pero al mismo tiempo ansía conservar porque si lo pierde, con él perderá la belleza. La casa es como un viejo libro que cuenta una historia secreta. Abrir esta novela es como tocar a la puerta de esa casa para entrar en ella, estremecerse y participar de la experiencia de lo sagrado. El último sueño de la mariposa nos introduce en ese universo de sospecha, miedo, esperanza y experiencia interior con un lenguaje culto donde cada frase resplandece y contribuye a crear la atmósfera propia de la buena literatura, la que es capaz de despertar en el lector sentimientos dormidos.