Ethan Bush vuelve en un nuevo caso, que quizás sea uno se los que más puedan afectar a muchos de los lectores, ya que las muertes de niños siempre son terribles, y cuando son el resultado de un asesinato aún más. Como nos tiene acostumbrados la serie, las muertes son extrañas y misteriosas, y Ethan Bush se ve obligado (y forzado) a colaborar con las fuerzas del sheriff y del FBI, en este caso de Phoenix, para resolver el caso. Como sabrán los que sigan la serie, Bush usa métodos peculiares y prefiere trabajar con “su equipo” (aunque oficialmente no exista ya que ellos trabajan como consultores en los casos que lo requieren y no forman un equipo estable al estilo del de la serie Mentes Criminales) en lugar de colaborar con gente a la que no conoce y que puede oponerse a su forma de hacer las cosas.
Bush, que es mucho más certero diagnosticando los problemas psicológicos de los demás que reconociendo los suyos propios, ha madurado algo desde que lo conocimos en Los Crímenes Azules Y ahora se esfuerza por interesarse por los demás, habla con su novia a menudo, incluso se comunica con su madre, y se esfuerza algo más por integrarse y usar los medios y el personal a su disposición en Phoenix. Pero eso no quiere decir que no ponga a prueba los límites y la moralidad de los demás cuando el caso se pone difícil.
El Ethan Bush maduro y mayor, que es el narrador de la historia como en las ocasiones anteriores, observa y comenta las acciones y pensamientos de su joven yo y desespera a veces, pero es cierto que en esta entrega el mismo Ethan reconoce sus comportamientos más difíciles y aunque no renuncia a ellos, por lo menos se disculpa. Bush llega a reconocer algunos de sus defectos cuando habla con los demás y se comporta de forma más modesta, en lugar de verse como el hombre invencible superior a todos los demás de la primera novela. Tiene momentos en que incluso llega a reconocer su afecto por los miembros de su equipo. Este es un Ethan Bush que parece estar madurando y es más fácil adivinar en él el hombre que narra los casos. Aunque es posible leer la novela y seguir la historia sin haber leído las demás de la serie, para apreciar mejor la evolución del personaje yo recomendaría leerlas todas.
El caso es complicado, lleno de pistas confusas y posibles culpables, y aunque la resolución no es de las que se adivinan, el proceso de compilar el perfil y las explicaciones del mecanismo psicológico del crimen lo convierten en un libro adictivo que no puedes dejar de leer hasta el final (aunque no nos llevemos la satisfacción de descubrir al asesino, por lo menos en mi caso). Los detectives y agentes locales y el trasfondo político e ideológico de la zona añaden un toque de interés, aunque ninguno de los personajes secundarios es tan distintivo como Jim Worth o Patrick Nichols. En esta ocasión, Bush tiene que ser más paciente e incluso aceptar que no todo el mundo está de acuerdo con sus opiniones. Y también debe enfrentarse a la dura realidad de que a veces, por más que lo intentemos, no podemos controlarlo todo, las cosas no salen bien y acabamos pagando un alto precio.
El final, con un gancho al siguiente caso, promete una nueva visita a Jim Worth, uno de mis personajes favoritos, y espero con ansia la quinta novela. Y, por cierto, las muestras de otras obras al final de la novela son irresistibles. El Padre Salas me tiene muy intrigada, desde luego.
En resumen, una serie que es combina casos intrigantes, personajes que despiertan fuertes emociones y un estilo de escritura dinámico que engancha.